martes, marzo 06, 2007

Los tejados dorados de Lhasa.


Con los ojos puestos en la esperanza, partió Alexandra David Neel, desde Hanoi, su querida capital del Norte de Vietnan, la entonces Indochina francesa,hacia la misteriosa Lhasa, la ciudad prohibida capital del Tibet, la ciudad de los Dalai Lamas. Partió disfrazada de mendiga, acompañada por su fiel y querido Yongden, su querido lama, dispuestos a recorrer un camino plagado de dificultades de extremos peligros atravesando pasos de montañas de más de cinco mil metros a través de interminables desfiladeros. Atrás había dejado toda su vida pasada, las comodidades de las ciudades coloniales francesas, y delante solo tenía incertidumbre, y la esperanza de entrar en Lhasa, de ver a lo lejos la imagen de su imponente Potala, de pasar por debajo de sus guarnecidas puertas, de adentrarse y recorrer sus círculos mágicos. Alexandra después de tres años de calamidades y un sin número de sufrimientos, atacada por bandidos, pudo conseguir su sueño, corría el año 1924, y la primera mujer occidental, ennegrecida su cara, pudo contemplar con sus propios ojos los dorados tejados de Lhasa.