jueves, abril 09, 2009

Mirando a las estrellas.


¿Conocían los hombres del Paleolítico superior los secretos de la bóveda celeste hace 17.000años? Esta pregunta que suena tan rotunda, nos puede parecer así a simple vista carente de sentido. Sabemos, eso si, que los hombres en el Paleolítico cazaban, se organizaban en ordas, en grupos. Se reunían con otros grupos humanos. Tenían capacidad para fabricar útiles de piedra, de hueso, de madera. Se vestían con pieles de animales. Utilizaban tendones de animales para sus arcos. Propulsaban la fuerza de sus brazos con ingeniosas azagayas. Enterraban a sus muertos, asunto no menor, ya que les da el hálito de humanidad que el homo sapiens necesita para dejar de ser el animal que anda erguido. Sus creencias en el más allá, nos hacen suponer un rico mundo mágico y chamánico que el hombre vendría desarrollando desde bastantes milenios atrás. Pero… ¿Cómo respondemos a la pregunta inicial? ¿Tenía el hombre cuaternario unos conocimientos superiores a los que nosotros hemos imaginado para él?
La etnoastrónoma francesa Chantal Jeguès, nos dice que casi el noventa y nueve por ciento de las cuevas prehistóricas decoradas del Dordoña, o sea una de las primeras zonas arqueológicas mundiales, coinciden sus entradas, o se alinean con los diferentes momentos estelares del año, concretamente Lascaux se alinea con el solsticio de verano. En ese momento los rayos solares entran al interior del recinto. Pero podemos llegar aun más lejos si queremos. Las paredes de la cueva, con sus impresionantes dibujos coinciden con las doce constelaciones del zodiaco. Pero lo más impresionante, no solo coinciden en su secuencia, sino, que coinciden en su posición, o sea, si suprimiésemos las paredes de la cueva, coincidirían los puntos marcados con las estrellas reales. También se ha encontrado en un trozo de hueso un completo calendario lunar, donde están anotadas todas las fases de la luna. De ser ciertas éstas aseveraciones, nos tenemos que volver a plantear el significado de todo el arte rupestre, y concederle al hombre paleolítico una capacidad y un conocimiento de su entorno mucho mayor del que le suponíamos.