domingo, diciembre 06, 2009

En las orillas del Lankang





En las orillas del Lankang, en Yanjing, en el distrito de Mangkang, al SE del Tibet, y muy cercano al curso del Nujiang. Permanece como dormido un enorme lago subterráneo de agua salada. Este resto del antiguo océano , que una vez cubrió las cumbres del Himalaya, constituye el modo de vida de las gentes de Yanjing. Este lugar representa la primera parada en la misteriosa ruta del té y la primera parada en la ruta de los caballos. Estas rutas que desde Yunnan llevan a Lhasa y que desde tiempo inmemorial han comunicado a los pueblos de la Meseta tibetana con indochina.
Las mujeres de la etnia Naxi, desde la temprana edad de doce años, se encargan con sus manos y con un enorme esfuerzo, desde los meses de abril a junio, extraen de los pozos de piedra a las orillas del río, cientos de cubos de agua salada, que pacientemente depositan en las increíbles terrazas de tierra y palos construidas por ellas mismas junto al río. El agua salada se extiende en una increíble horizontalidad y queda expuesta al sol para su evaporación. Todos los días recogen la sal unas tres veces, aproximadamente unos cincuenta kilogramos diarios. De toda la sal, la más apreciada y la que más valor tiene en el mercado es la blanca flor de melocotón. Esta variedad aparece como blancas agujas de sal en el fondo de las plataformas artificiales, filtradas a través de la madera y la arcilla.
Los hombres no pueden tocar la sal con sus manos, les está prohibido, y solo se dedican a su comercialización. Pacientemente recogen lo que sus mujeres han cosechado, y a lomos de sus yaks lo trasladan montañas arriba para su venta en otros lugares.
Año tras año, el río destruye en sus crecidas las endebles plataformas de madera y arcilla, y año tras año, las poderosas mujeres de Yanjing las vuelven a levantar con sus propias manos, para extraer la sal que millones de años atrás quedó atrapada en las altas montañas del Tibet.